miércoles, agosto 23, 2006

Al dios del lugar

Bruno Marcos
El amanecer se filtra por las ventanas después de una noche en duermevela y el teléfono clava su aguja en la claridad. Es un mensajero que trae la escultura de el niño. Me ofrece comprobar que esté en buen estado y yo rehúso, sólo quiero que se vaya y volver a la cama. Deposita la caja que la alberga y yo pienso en que tienen razón, que ahí no puede haber arte, que en esa baqueteada caja que ni siquiera quiero comprobar no puede residir la belleza en cuerpo y alma. Sí, acaso una metáfora, alguna paradoja de andar por casa, pero el arte no.
El niño descabezado sobre una banqueta, aquella escultura de cuando Darío era todo enigma, ahora en el alféizar. Se ha dado una vuelta por todas las ciudades de la comunidad, tratada con mimo, iluminada, custodiada, asegurada y ahora aquí, como un paquete que tal vez tiraré a la basura.
Me vuelvo a la cama dando gracias a un dios imaginario, al dios del lugar, al dios de la casa, al dios de nuestros antepasados por ella que duerme y por ello que duerme y me tiendo entre ambos.